Xenofobia y nuestra responsabilidad como cristianos ante la crisis migratoria en América Latina
La Biblia nos enseña que Dios ama al extranjero y que debemos hacer lo mismo. En el libro de Deuteronomio, Moisés instruye a los israelitas a “amar al extranjero, porque ustedes fueron extranjeros en Egipto” (Deuteronomio 10:19). Pero ¿Qué significa esto en el contexto de la crisis migratoria actual que vive América Latina?
A lo largo de este último año, América Latina está experimentando una ola migratoria de grandes dimensiones. Cientos de miles de latinoamericanos han abandonado sus hogares huyendo de conflictos armados, inestabilidad política, crisis económicas, efectos del cambio climático, entre otras causas.. Esta situación ha llevado a muchos países de la región, no sólo a los tradicionalmente involucrados como EEUU y México, sino también a naciones de tránsito en Centroamérica, a enfrentarse a altos flujos migratorios.
Ariel Ruiz Soto, del Instituto de Políticas Migratorias, resalta que la migración no solo afecta a los países tradicionales, sino también a aquellos que por primera vez están viendo flujos migratorios más elevados. Las cifras de la ONU y la OIM son claras: estamos en medio de una de las mayores crisis de desplazamiento y migración en el mundo.(1)
El caso de Venezuela es especialmente preocupante, con alrededor de 7.1 millones de sus ciudadanos desplazados en los últimos cinco años. Sin embargo, este no es un problema aislado, otras naciones como Nicaragua también enfrentan grandes desafíos migratorios debido a conflictos internos.
Frente a este panorama, se suma un obstáculo aún más preocupante: la xenofobia. La resistencia, miedo o rechazo al extranjero o al migrante se ha convertido en un grave problema en muchos países receptores. Este rechazo va en contra de los valores fundamentales del cristianismo.
La Biblia es clara al respecto: todos somos iguales en dignidad y valor ante Dios. En el libro de Colosenses 3:11 leemos: "En esta nueva vida [la vida cristiana] ya no hay fronteras de raza, religión, cultura o condición social... sino que Cristo es todo en nosotros”. Este versículo enfatiza que en la familia de Dios, no hay lugar para la discriminación. En esta comunidad de creyentes, todos somos uno, independientemente de nuestra procedencia, color de piel o lengua.
El Antiguo Testamento nos insta a recordar nuestro deber como cristianos de acoger al extranjero. En Levítico 19:34 se nos dice: "Tratarás al extranjero que reside contigo como si fuera uno de tus compatriotas, y lo amarás como a ti mismo, porque tú fuiste extranjero en Egipto. Yo soy el Señor tu Dios”. Es una llamada directa a recordar nuestras propias raíces y a tratar al otro con el mismo amor y respeto con el que quisiéramos ser tratados.
Es esencial que, como cristianos, tomemos un papel activo en el apoyo y la acogida de los migrantes. Debemos trabajar para combatir la xenofobia y promover la aceptación y el amor hacia nuestros hermanos y hermanas en Cristo, independientemente de su procedencia.
Nuestro llamado es ser luz en medio de las tinieblas. Las palabras de Betilde Muñoz, directora de inclusión social de la OEA, son claras: “Ante estos retos es clave el diseño de políticas públicas que permitan manejar positivamente la migración, no como un problema, sino como una oportunidad”(2). Esta es la perspectiva que debemos adoptar: ver la migración no como una amenaza, sino como una oportunidad para demostrar el amor de Cristo en acción.
Es imperativo reconocer que la xenofobia y el prejuicio racial son contrarios a la enseñanza y al espíritu de Cristo. En el Nuevo Testamento, la Comunión o Cena del Señor simboliza nuestra unidad con Dios y entre nosotros como creyentes. Tal como se indica en 1 Corintios 10:16-17, aunque somos muchos, compartimos un mismo pan, que representa nuestra unidad en Cristo. Esta unidad trasciende todas las barreras humanas y nos recuerda que todos somos parte de un solo cuerpo en Cristo.
En este contexto, es esencial recordar que cada migrante es una persona con una historia, sueños y aspiraciones. Como cristianos, es nuestra misión brindarles apoyo, amor y comprensión, siguiendo el ejemplo de Jesús, quien siempre acogió y amó al prójimo, sin importar su origen.
La xenofobia y el prejuicio racial son pecados que desafían directamente el corazón del mensaje evangélico. Como seguidores de Cristo, nuestra misión es amar, aceptar y acoger al extranjero, mostrando el amor incondicional de Dios a un mundo que tanto lo necesita. ¡Que Dios nos guíe en esta misión y nos bendiga a todos!
(1)(2)https://www.vozdeamerica.com/a/crisis-migratoria-america-latina-refugio-hemisferio/6878401.html